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EL GATO HETEROTROMICO

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Yo solo soy el gato, y estuve ahí hasta ese último día en que todo empezó.

Ese día, el cielo del atardecer se deslizaba entre rojos, violetas, naranjas y blancos difuminados como en la paleta de un pintor, mientras la noche arreciaba con su galopar imperturbable y dejaba ver las primeras luces puntillantes de las estrellas.

En la habitación, taladrando las paredes, resquebrajando los vidrios de las ventanas, destrozando las cortinas, un grito desalineado, quebradizo, histérico, y doloroso estremecía los anaqueles relucientes, con las fotos en sepia del niño, seguido, de un silencio eterno que dio paso al desconsuelo indescriptible.

Sus brazos se aferraron a su dorso, con sus manos acarició el cabello de filamentos rojizos ondulados como olas detenidas en el tiempo, lo beso una y otra vez en sus mejillas blancas y en sus labios rosa carne. Sus lágrimas bañaron el rostro impasible del bebe, entrelazo sus dedos con los del chico, los apretó con fuerza, apoyo las pequeñas piernas yertas, desprovistas de zapatos sobre sus rodillas, con un susurro en el oído vertió todo el cariño que nunca le había expresado y lo rodeo con sus brazos en un segundo de infinito recordar.

Ella lo apego a su pecho con todas sus fuerzas hasta que su piel se mezcló con la del niño, su cabello negro se fundió con los cabellos rojizo en una amalgama cobriza, sus largas pestañas húmedas se fusionaron con las cejas del infante. Primero fue su piel salpicada de tristeza, luego sus tejidos, enseguida sus órganos, corazón, huesos y por último su alma, ya no eran dos, nunca más dos, nunca volverían a ser dos, ahora serian uno, entendible solamente al subvertir la lógica en el amor, un ser, uno solo como al principio.

En la mañana, de ese mismo día él, con una mueca graciosa, le había pedido un jugo de fresa, de esos que saben a naranja, ella le sirvió el jugo de naranja y acompaño el plato con unas fresas brillantes, -dame las más rojas- le reclamó, -me gustan las más rojas- y ella con la paciencia innata de una madre, le separo la más rojas.

Solo unas horas antes, él le había expresado mirando atentamente el firmamento, que le gustaba mucho el cielo y que quería subir hasta ahí, ella con una sonrisa desconcertada solo acertó a pedirle con respuesta lúdica, que le trajera algo, él no dudo, -un helado de nubes,…te bajare un helado de nubes- y continuo con sus pensamientos navegando perdido en el oleaje de blancos gaseosos metamórficos.

Esa noche fue la última noche de un parsimonioso y corto recorrido separados por los límites del cuerpo inmersos irremediablemente en esta realidad inamovible, ella no lo perdió, ella lo volvió a recibir en su interior, en su vientre, en su ser.

Desde ese momento nada volvió a ser diferente, todo volvió a ser igual, sin embargo yo, solo soy el gato con un ojo verde y otro azul, que estuvo ahí, hasta ese último día en que todo empezó.


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